26 noviembre 2006

El síndrome de la Moncloa...nuevo episodio.

La fiebre vuelve a subir de nuevo. El paciente, sedado por "el equipo médico habitual" vuelve a balbucear en su delirio: "No es nada, no son nada...basta, no nos van a torcer". Enjugado el frío sudor de su frente macilenta, parece recobrar el sueño que le lleva a la tranquilidad.
Sueño;calma;inconsciencia. Los médicos no saben por cuánto tiempo van a seguir apagando los síntomas con los lenitivos más elaborados. Sí, es preciso un elixir que desvanezca la fiebre, que levante al cadaver delicuescente que ahora se agita y luego se desmaya, pero sobre todo, hace falta que el enfermo no sienta ni padezca.
Lo peor son las pesadillas constantes. La visita siniestra de la realidad, como un clarinazo a la puerta de su oído, avisa chirriando, que el peligro está latente. Pero no puede ser... Todo marcha bien. Sólo es un puñado de importunos, de maleducados, de profesionales de la cizaña, de mensajeros del sarcasmo.
Mientras, por la autovía cercana, los que escudan su prisa tras un volante, escuchan atentos la monserga de las ondas, que explica que "ellos" se están empezando a rebelar. Sin citar al enfermo, parecen avisar de que su recidiva se abre, o mejor, que nunca que se cerró, pese a que los médicos alaban su buen aspecto tapándose la nariz. Los síntomas están claros, el único que se niega a creerlos es el difunto, mientras sus plañideras, se niegan a llorar.