21 julio 2007

A la fama por el escándalo.

Se censura a una publicación marginal por publicar caricaturas soeces sobre la familia real, pero no causa reacción de la moribunda judicatura el subvenvionado catálogo de unas imágenes religiosas convertidas en pornográficas.
La cuestión es que los jueces se lucen con actuaciones que demuestren que su nombre es digno del olimpo televisivo, que parece ser lo que interesa ahora, aparecer en ese fuego fatuo y catódico, que a los incrédulos da la fe en una inmortalidad virtual.
Uno trata de ofender, y otro se hace el ofendido, en nombre de la sociedad toda. El primero suele ser un garrulo autotitulado como artista, y el segundo, un juez que tiene más interés en convertirse en buñuelo de viento televisivo que en cumplir su misión [1].
No obstante, ¿qué o quién puede escandalizar ya? Lo penúltimo son las sandeces de un fulano que preside un equipo de fútbol de tercera fila. Un anuncio supuestamente provocador, que en realidad menosprecia a Dios para situarlo debajo de una banda de desgarramantas del deporte, niños mimados a los que los obreros pagan una fortuna por ver galopar en calzoncillos en un prado[2].
¿Cuándo va a terminar esto? La respuesta es "nunca". El número de los tontos es infinito, como infinita es la vanidad de aquellos[3]. Que escandalicen a su padre, si es que lo conocen...
[1] ¿Pero alguien recuerda que el juez Garzón haya hecho bien algo en su calidad de jurista? Que se lo pregunten a Laureano Oubiña, mayor narcotraficante español, que quedó en libertad gracias al ilustre. A la nómina se puede añadir una larga lista de etarras, como también la plana mayor del GAL, los robadores de millones del Tesoro Público español, y numerosos presuntos ex jefes de estado, que al caer en desgracia se convierten en tiranos oficiales que Garzón persigue, para nunca meter entre rejas.
[2] A mí sí me escandaliza que un padre de familia con hipoteca, que apenas llega a fin de mes, tire su dinero en el fútbol, con la corrupción económica que genera tan improductivo y soso deporte.
[3] Ecclesiastés, 1, 15